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  • Loida Gonzalez

LA SANTIDAD DE DIOS


“Y el uno al otro daba voces diciendo: ¡Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos! Toda la tierra está llena de su gloria”. Isaías 6: 3.

“Los cuatro seres vivientes tenían cada uno seis alas y alrededor y por dentro estaban llenos de ojos y día y noche, sin cesar decían: “Santo, santo, santo es el Señor todopoderoso, el que era, el que es y el que ha de venir”. Apocalipsis 4: 8.

INTRODUCCIÓN

La expresión Santo, santo, santo aparece dos veces en la Biblia. Una en el Antiguo Testamento, (Isaías 6: 3) y una en el Nuevo, (Apocalipsis 4: 8).

En ambas frases notamos que es hablada o cantada por criaturas celestiales y en las dos ocasiones ocurre en la visión de hombres que han sido transportados espiritualmente hasta el trono de Dios; primero Isaías y después el Apóstol Juan. Antes de tratar el tema de la santidad de Dios es importante entender que significa la santidad de Dios. La santidad de Dios es el más difícil de explicar de todos los atributos de Dios, en parte porque es uno de sus atributos esenciales que no es compartido por el hombre. Nosotros somos creados a la imagen de Dios y compartimos algunos de Sus atributos, en una escala muchísimo menor, desde luego – amor, misericordia, fidelidad, etc. Pero otros atributos de Dios nunca serán compartidos por seres creados – omnipresencia, omnisciencia, omnipotencia, y santidad porque son parte de su naturaleza, de su esencia. La santidad de Dios es lo que lo separa a Él de todos los demás seres, lo que hace que Él esté separado y sea distinto de todo lo demás. La santidad de Dios es más que sólo Su perfección o pureza sin pecado; es la esencia de Su Ser - Su trascendencia. La santidad de Dios personifica el misterio de Su majestuosidad y nos hace mirarlo con asombro, mientras comenzamos a comprender sólo un poco de Su majestad. Isaías fue testigo presencial de la santidad de Dios en su visión descrita en Isaías 6. Aunque Isaías era un profeta de Dios y un hombre justo, su reacción ante la visión de la santidad de Dios fue sentirse consciente de su propia maldad y la desesperación por su propia vida (Isaías 6:5). Aún los ángeles en la presencia de Dios, aquellos que clamaban “Santo, santo, santo, JEHOVÁ de los ejércitos,” cubrían sus rostros y pies con cuatro de sus seis alas. El cubrir su rostro y sus pies sin duda denota la reverencia y asombro inspirado por la inmediata presencia de Dios (Éxodo 3:4-5). Los serafines estaban cubiertos, como si trataran de ocultarse lo más posible, en reconocimiento de su indignidad ante la presencia del Santo. Y si los puros y santos serafines exhiben tal reverencia en la presencia de Jehová, ¡con cuán profundo respeto deberíamos nosotros como criaturas contaminadas y pecaminosas, intentar acercarnos a Él! La reverencia mostrada a Dios por los ángeles debe recordarnos nuestro propio atrevimiento, cuando llegamos de forma apresurada, irreverente e imprudente ante Su presencia. Apocalipsis 4:8 Apocalipsis 1:12 Corintios 5:21 Pero ¿por qué la repetición de tres veces “santo, santo, santo,”? (llamada trisagio). Cuando los ángeles alrededor del trono llaman o gritan uno al otro, “Santo, santo, santo,” ellos están expresando con fuerza y pasión la verdad de la suprema santidad de Dios, esa característica esencial que expresa Su asombrosa y majestuosa naturaleza. Adicionalmente, el trisagio expresa la naturaleza trina de Dios, las tres Personas de la Divinidad, cada una igual en santidad y majestad. Jesucristo es el Santo que no “vería corrupción” en la tumba, sino que resucitaría para ser exaltado a la diestra de Dios (Hechos 2:26; 13:33-35). Jesús es el “Santo y Justo” (Hechos 3:14) cuya muerte en la cruz nos permite estar confiados ante el trono nuestro Dios santo. La tercera Persona de la Trinidad – el Espíritu Santo – por Su nombre mismo denota la importancia de santidad en la esencia de la Divinidad.

I. LA SANTIDAD DE DIOS ES LA MISMA EXCELENCIA DE SU NATURALEZA DIVINA. “El gran Dios es “magnífico en santidad” (Ex. 15: 11). “Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio”. Hab. 1: 13. De la misma manera que el poder de Dios es opuesto a la debilidad natural de la criatura, y su sabiduría contrasta completamente con el menor defecto de entendimiento, su santidad es la antítesis de todo defecto o imperfección moral. Solo El es infinitamente, independientemente e inmutablemente santo. Es llamado en las Escrituras “El Santo” y lo es porque en Él se halla la suma de todas las excelencias morales. Es pureza absoluta, sin la más leve sombra de pecado. “Dios es luz y no hay en El ningunas tinieblas”. 1 Juan 1: 5.

II.LA SANTIDAD DE DIOS ES SU MAYOR TRIBUTO DE HONOR. “Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos. Isaías 6: 3. Se llama Santo a Dios, más veces que Todopoderoso, y se presenta esta parte de su dignidad más que ninguna otra. Nunca se nos habla repetitivamente de Su poderoso nombre, o Su sabio nombre, sino su grande nombre y sobre todo, su santo nombre. Esta perfección, como ninguna otra es alabada por los serafines que claman “Santo, Santo, Santo, Jehová de los Ejércitos”. Is.6: 3. Es decir, cuando usamos la palabra santo para describir a Dios, no debemos hacerlo como agregando una más a sus muchas perfecciones, estamos hablando de todo lo que Dios es.

III. POR QUE SE REPITE SANTO, SANTO, SANTO. En raras ocasiones la Biblia repite algo hasta el tercer grado. Mencionar algo tres veces seguidas, es elevarlo a su grado superlativo y adjudicarle un énfasis de súper importancia. Por ejemplo, el terrible juicio de Dios se declara en el libro de Apocalipsis por un ángel que gritaba en medio del cielo" ¡Ay, ay, ay de los que moran en la tierra!" (Apocalipsis 8:13). O también se ve en la burla sarcástica del sermón de Jeremías sobre el templo, cuando reprendía al pueblo por haberlo invocado con hipocresía, "¡Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es éste!" (Jeremías 7:4). En las Sagradas Escrituras sólo dos veces un atributo de Dios se eleva al tercer grado. Sólo dos veces encontramos una característica de Dios mencionada tres veces en sucesión.

En el Antiguo Testamento leemos la gran experiencia del profeta Isaías. En Isaías 6 : 3 expresa: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos! Y continúa diciendo que toda la tierra está llena de su gloria, y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. (Isaías 6:4). Vemos aquí que cuando Dios se apareció a Isaías en el templo, las puertas y los quiciales se estremecieron. Literalmente el texto dice que fueron sacudidas. El profeta Isaías exclamó: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios y habitando en medio de pueblo que tiene labios mudos, han visto mis ojos al rey, Jehová de los ejércitos. (Isaías 6:5) Las puertas del templo no fueron lo único que se conmovió. Lo que más tembló en aquel edificio fue el cuerpo de Isaías. Cuando él vio al Dios viviente, el monarca reinante del universo desplegado ante sus ojos en toda su santidad, Isaías exclamó "¡Ay de mí!". La manera en que Isaías usó la palabra "Ay!" fue extraordinaria. Al ver al Señor, él pronunció el juicio de Dios sobre sí mismo. "¡Ay de mí!" exclamó, invocando el juicio de Dios, la severa maldición de juicio, sobre su propia cabeza. Era una cosa que un profeta maldijera a otra persona en el nombre de Dios, pero era otra cuando un profeta pronunciaba esa maldición sobre sí mismo. Inmediatamente después de la maldición de juicio, Isaías gritó, "¡Soy muerto!" Lo que Isaías estaba expresando era una desintegración, una devastación total. Isaías ben-Amoz era hombre de integridad. Sus contemporáneos lo consideraban el hombre más recto de la nación y lo respetaban como un modelo de virtud. Comparado con otros mortales, él podía sostener una alta opinión de sí mismo. Pero en el instante que él se midió con la norma suprema, él fue deshecho - moral y espiritualmente devastado. Fue desintegrado, desarticulado. Su sentido de integridad se derrumbó. El repentino reconocimiento de su ruina estaba relacionado con su boca. El gritó, "Soy hombre de labios inmundos." Nosotros habríamos esperado que dijera, "Soy hombre de hábitos impuros," o, "Soy hombre de pensamientos impuros." Pero en cambio se refirió a su boca diciendo "Tengo una boca sucia."

En un momento Isaías tuvo un entendimiento nuevo y radical del pecado. El vio lo que era en sí mismo y en todos los demás. . Esto es lo que Isaías estaba reconociendo; él sabía que no estaba solo en este dilema, que toda la nación estaba infectada con bocas sucias: "Yo vivo en medio de gente de labios inmundos”. En un sentido, nosotros somos afortunados en que Dios no se nos aparezca como hizo a Isaías. ¿Quién podría soportarlo? Normalmente Dios nos revela nuestra pecaminosidad poco a poco, y el reconocimiento de nuestra corrupción es gradual. Pero a Isaías Dios le mostró su corrupción súbitamente. No es extraño que hubiese sido devastado. Isaías lo explicó de esta manera: "Mis ojos han visto al rey, Jehová de los ejércitos" (Isaías 6:5). El vio la santidad de Dios y por primera vez en su vida entendió quién era Dios; a la vez, por primera vez entendió quién era Isaías. En ese momento (V. 6) “voló hacia mí uno de los serafines. Traía en la mano un brasa que, con unas tenazas, había tomado del altar. Con ella me tocó los labios y me dijo: "Mira, esto ha tocado tus labios; tu maldad ha sido borrada, y tu pecado perdonado. Isaías 6: 6-7. Isaías se arrastraba gimiendo por su vileza. Lo suyo era la angustia moral, ésa que desgarra el corazón de un hombre y destroza su alma en pedazos. Pero el Dios santo es también el Dios de gracia, y no permitió que su siervo continuará postrado sin consuelo. Inmediatamente comenzó a limpiado y a restaurar su alma, enviando a uno de los serafines. El serafín voló rápidamente hacia el altar con unas tenazas, tomando del fuego un carbón encendido y se dirigió hacia Isaías. Pero lo que Isaías sintió fue la llama santa quemando su boca. Esto fue una misericordia severa, un acto doloroso de limpieza. La herida de Isaías estaba siendo cauterizada, la inmundicia de su boca estaba siendo quemada; él estaba siendo refinado con el fuego santo. Por medio de este acto divino de limpieza, Isaías experimentó un perdón más allá de la purificación de sus labios. El fue limpiado completamente, aunque no sin el terrible dolor del arrepentimiento. El profeta experimento más allá de una gracia superficial y de un simple “lo siento”. El lamentó su pecado, abrumado con angustia moral, y Dios envió un ángel para sanarlo. Su pecado fue perdonado. La convicción que él sintió fue constructiva, no fue un castigo cruel e inusual. En un momento, el devastado profeta fue restaurado. Su boca fue purificada; el estaba limpio. Entonces oí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y respondí: Aquí estoy. ¡Envíame a mí! (Isa 6:8). De repente, los ángeles callaron y la voz que la Escritura describe como el estruendo de muchas aguas resonó en todo el templo. Aquella voz hizo eco con las agudas preguntas: "¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?" Aquí vemos un patrón que se ha repetido en la historia. Cuando Dios se aparece, la gente tiembla con terror, luego Dios perdona y sana, para después enviar. El patrón que es el quebrantamiento precede a la misión. Cuando Dios preguntó, ¿a quién enviaré? Isaías entendió la fuerza de esa palabra. Ser enviado significaba funcionar como un emisario de Dios, ser vocero de la Deidad. En el nuevo testamento la palabra "apóstol" significa "enviado." La contraparte al apóstol en el antiguo testamento era el profeta. Dios buscaba un voluntario que entrara al solitario y arduo oficio de profeta. Fíjese en la respuesta de Isaías: "Heme aquí, envíame a mí y al decirle "heme aquí" estaba dando un paso al frente como voluntario. Su respuesta fue simplemente "Yo iré. No busques más, envíame mí."

La visión de Juan del trono de Dios en Apocalipsis 4 fue similar a la de Isaías. Nuevamente estaban los seres vivientes alrededor del trono diciendo incesantemente, “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, (Apocalipsis 4: 8) en reverencia y admiración ante el Santo. Juan prosigue describiendo que estas criaturas dan gloria, honor y reverencia a Dios continuamente alrededor de su trono. ES bueno destacar la diferente reacción de Juan ante la visión de Dios. La Biblia no dice que Juan cayó en el terror ante el conocimiento de su propio estado pecaminoso, pues ya Juan se había encontrado con Cristo resucitado al inicio de su visión, (Apo. 1: 1). Cristo había puesto Su mano sobre Juan y le había dicho que no tuviera temor. De la misma forma, nosotros podemos acercarnos al trono de gracia si tenemos la mano de Cristo sobre nosotros en la forma de Su justificación, cambiada por nuestro pecado en la cruz. (2 Co. 5: 21)

Las dos visiones de los ángeles alrededor del trono clamando “Santo, santo, santo indican claramente que Dios es el mismo en el Antiguo y Nuevo Testamento. Con frecuencia pensamos en el Dios del Antiguo Testamento como un Dios de ira y el Dios del Nuevo Testamento como el Dios de amor. Pero Isaías y Juan presentan un cuadro unificado de nuestro Santo majestuoso y asombroso Dios, que no cambia, (Malaquías 3: 6, que es el mismo ayer, hoy y por los siglos, (Heb. 13: 8) y “en el cual no hay mudanza ni sombra de variación” (Santiago 1: 17). La santidad de Dios es eterna, así como El es eterno. Pero cómo definir la santidad de Dios? Ha sido la costumbre definir santo como "pureza, libre de mancha totalmente perfecto e inmaculado en cada detalle:" Pureza es la primera palabra en la que la mayoría de nosotros - piensa al escuchar la palabra santo. Es cierto que la Biblia usa la palabra de esta manera; sin embargo, la idea de la pureza o perfección moral es en el mejor caso, el significado secundario de este término en la Biblia. Cuando los serafines cantaban su himno, ellos estaban diciendo algo más que "pureza, pureza, pureza es Dios." El significado primario de santo es "separada." Viene de una palabra antigua que significa "cortar" a "separar." Traducir esta significada básica en lenguaje contemporánea sería usar la frase "un corte aparte." Tal vez sería aún más exacta la frase "un corte arriba de algo." Cuando encontramos algo muy hermoso un artículo de gran importancia, usamos la expresión "está por encima de la demás." La santidad de Dios es más que separación. Su santidad también es trascendencia. La palabra trascendencia significa literalmente “ascender a través”. Es definida como "exceder los límites usuales." Trascender es elevarse sobre algo, ir por encima y más allá de cierto límite. Cuando hablamos de la trascendencia de Dios, estamos hablando acerca del sentido en el cual Dios está por encima y más allá de nosotros. La trascendencia describe su suprema y absoluta grandeza. La palabra también es usada para describir la relación de Dios con el mundo. El es más alto que el mundo. El tiene un poder absoluto sobre el mundo. El mundo no tiene ningún poder sobre El. La trascendencia describe a Dios en su consumidora majestad. Su exaltada superioridad. Apunta hacia la infinita distancia que lo separa de toda criatura. El está infinitamente por encima de todo lo demás. Cuando la Biblia llama a Dios Santo, significa primariamente que El es trascendentalmente separado. Está tan por encima y más allá de nosotros que nos parece casi totalmente extraña. Ser santo es ser "otro" ser diferente en una manera especial. Estamos tan acostumbrados a igualar la santidad con la pureza o con la perfección ética, que en cuanto la palabra santidad aparece, la asociamos con la pureza. Cuando las cosas son hechas santas, cuando son consagradas, ellas son separadas para ser puras y tienen que ser usadas de tal forma. Ellas tienen que reflejar pureza, tanto como simple separación. Pues, la pureza no es excluida de la idea de ser santo, sino que está contenida en dicho concepto. Mas el punto que debemos recordar es que la idea de lo santo no es completa con la mera idea de la pureza. La santidad incluye pureza pero es mucho más que eso. Es pureza y trascendencia. Es por ende una pureza trascendente. Con frecuencia describimos a Dios compilando una lista de cualidades o características que llamamos atributos. Decimos que Dios es espíritu, que lo conoce todo, que es amoroso, justo, misericordioso, un Dios de gracia, etcétera. La tendencia es agregar la idea de santo a esta larga lista de atributos como sólo uno más. Pero cuando la palabra santo es aplicada a Dios, no significa sólo un atributo. Al contrario, Dios es llamado santo en un sentido general. La palabra es usada como un sinónimo de su deidad, es decir, santo se refiere a todo lo que Dios es. Hemos visto que el término santo se refiere a la trascendencia de Dios, por la cual El está por encima y más allá del mundo. El misterioso carácter de un Dios santo es expresado en la palabra latina augustus. Les causó problemas a los primeros cristianos atribuir este título al César. Para ellos, ninguna persona era digna del título augusto. Sólo Dios podía ser llamado con propiedad, el augusto. Ser augusto es inspirar asombro, o ser asombroso. En el sentido más elevado, sólo Dios es asombroso.

IV. DIOS MISMO DESTACA ESTA PERFECCIÓN: “Una vez he jurado por mi santidad”. Salmo 89: 35. Dios jura por su santidad porque es la expresión más plena de sí mismo. Por ella nos exhorta: “Cantad a Jehová vosotros sus santos y celebrad la memoria de su santidad” Salmo 30: 4. J. Howe, (1670) expresó: Podemos llamar a este, un atributo trascendental; es como si penetrara en los demás atributos y les diera lustre”. Por eso leemos de “la hermosura del Señor” Salmo 27: 4 la cual no es otra cosa que la “hermosura de su santidad”. Salmo 110: 3.

A.LA SANTIDAD DE DIOS SE MANIFIESTA EN SUS OBRAS. La santidad de Dios se manifiesta en sus obras. Nada que no sea excelente puede proceder de Él. La santidad es la regla de todas sus acciones. En el principio declaró que lo que había hecho era bueno “en gran manera”. Ge. 1: 31.

B. LA SANTIDAD DE DIOS SE MANIFIESTA EN SU LEY. Esa ley prohíbe el pecado en todas sus variantes: tanto en las formas más refinadas como en las más groseras, la intención de la mente, como la de contaminación del cuerpo, el deseo secreto, como el acto abierto. Por eso leemos “la ley a la verdad es santa y el mandamiento santo, justo y bueno. Ro. 7: 12.

C. LA SANTIDAD DE DIOS SE MANIFIESTA EN LA CRUZ. La expiación pone de manifiesto de la manera más admirable y a la vez la santidad más infinita de Dios y su odio al pecado. Cuán detestable pareció serle este cuando lo castigó hasta el límite de su culpabilidad imputándoselo a su Hijo. “Los juicios que han sido y serán vertidos sobre el mundo impío, la llama ardiente de la conciencia pecadora, la sentencia irrevocable dictada sobre los demonios rebeldes y los gemidos de las criaturas condenadas, nos demuestran tan palpablemente el odio de Dios hacia el pecado como la ira del Padre desatada sobre el Hijo. La santidad de Dios jamás apareció más atractiva y hermosa que cuando la faz del Salvador se desfiguraba por los gemidos de la muerte. El mismo lo declaró en el Salmo 22 haciéndole exclamas Dios mío, Dios mío, porqué me has desamparado? Pero seguidamente expresó: “Pero tú eres santo”. Dios odia todo pecado porque Él es santo. El ama a todo aquel que es conforme a sus leyes y aborrece todo lo que es contrario a la misma. Su Palabra lo expresa claramente: “El perverso es abominado de Jehová”. Proverbios 3: 32. Y vuelve a decir “Abominación son a Jehová los pensamientos del malo”. Proverbios 15: 26. El pecado no puede escapar a sus juicios porque Dios lo aborrece. Decir que Dios ama al pecador y aborrece el pecado no es bíblico. El dios que algunos cristianos aman es como un anciano indulgente, que aunque no las comparta disimula benignamente las imprudencias juveniles. La Palabra de Dios es clara cuando expresa: “Aborreces a todos los que hacen iniquidad”. Salmo 5: 5.” A.W. Pink.

CONCLUSIONES

Gracias a su bendito nombre que porque su santidad lo exigió, proveyó Su Gracia en Cristo Jesús y cada pecador que se haya refugiado en El es acepto en el Amado. Efesios 1: 6. Porque Dios es santo debemos acercarnos a Él en máxima reverencia. “Dios terrible en la gran congregación de los santos y formidable sobre todos cuantos están alrededor suyo”. Salmo 89: 7. Las más claras sensaciones que los humanos tienen cuando experimentan lo santo es un sobrecogedor y abrumador sentimiento de ser criaturas. Es decir, cuando somos conscientes de la presencia de Dios notamos más que somos criaturas. Cuando nos encontramos con el Absoluto, sabemos de inmediato que nosotros no somos absolutos. Cuando nos hallamos con el Infinito, nos hacemos agudamente conscientes de que nosotros somos finitos. Cuando vislumbramos al Eterno, sabemos que somos temporales. Necesitamos ser creyentes cuyas vidas han cambiado porque nuestras mentes hayan cambiado. La verdadera transformación viene por ganar un nuevo entendimiento de Dios, de nosotros mismos y del mundo. Entender que todo, lo que debemos buscar es ser conformados a la imagen de Cristo. Debemos ser como Jesús. Para ser conformados a Jesús, debemos comenzar a pensar como Jesús lo hizo. Necesitamos la "mente de Cristo." Tenemos que tener las mismas prioridades que El tiene. Esto no puede suceder sin el dominio de su Palabra. La clave para el crecimiento espiritual es una educación cristiana profunda, la cual requiere un nivel serio de sacrificio. No debemos contentamos como el resto del mundo, con un entendimiento superficial de Dios. Debemos estar insatisfechos con la leche, y anhelar más y más el alimento sólido espiritual. Ser un santo significa ser separado, pero no sólo eso. Una persona santa ha de estar envuelta en el proceso vital de santificación. Debemos ser purificados diariamente en una búsqueda creciente de la santidad. Si somos justificados, tenemos que ser también santificados. Esto es lo que son los santos, gente que es al mismo tiempo justa; sin embargo, pecadora. Que los santos son aún pecadores es obvio. ¿Cómo pueden entonces ser justos? Los santos son justos porque han sido justificados. En sí y de sí mismos, ellos no son justos. Ellos han sido hechos justos a los ojos de Dios por la justicia de Cristo. De esto se trata la justificación por fe. De ahí en adelante esa debe ser nuestra prioridad. La búsqueda diaria debe dirigirse a la santificación. Dios nos llama a ser santos. Cristo establece esa prioridad de la vida cristiana: "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, “Y las demás cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33). La meta final es la justicia. ¿Cómo saber si estamos avanzando en nuestra búsqueda de la justicia .La gente justa es conocida por sus frutos. Ellos progresan en santidad por el poder Santificador del Espíritu Santo trabajando en ellos y sobre ellos. El es llamado el Espíritu Santo no sólo porque es santo, sino porque trabaja para producir santidad en nosotros. El fruto de la justicia es aquel fruto obrado en nosotros por el Espíritu Santo. Si queremos ser santos, si tenemos verdadera hambre por la justicia, entonces tenemos que enfocar nuestra atención en el fruto del Espíritu Santo. El fruto del Espíritu se pone en claro contraste con el fruto de nuestra naturaleza pecaminosa: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. (Gálatas 5:19-21). La gente cuya vida es caracterizada por los pecados mencionados arriba, no heredará el reino de Dios. La lista incluye tanto pecados externos como internos, pecados del cuerpo y pecados del corazón. Pablo menciona a continuación: "Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza;" (Gálatas 5:22-23). . El agrega las siguientes palabras a la lista de virtudes que describen el fruto del Espíritu: "Contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros. (Gálatas 5:23-26).Estas son las marcas de una persona que está creciendo en santidad. Estas son las virtudes que somos llamados a cultivar. Que este sea el propósito supremo en nuestro caminar con Cristo.

Bibliografía:

-Santa Biblia. Sociedades Bíblicas Unidas. Edición Reina Valera 1995.

-Los atributos de Dios. A.W. Pink . PDF.

-La santidad de Dios. R.C. Sprould. PDF. Editorial Unilit 1991.

-Notas personales.

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